jueves, 29 de diciembre de 2011
!
¡Vamos!
Pescar un gran pez,
hacer un batido,
subir la persiana,
encontrarme contigo,
hacer el amor después de la tormenta,
salir con Monti a jugar con las cuestas,
tumbarme en la arena,
una cerveza fresca,
nadar en el mar,
bailar de verbena,
refrescarme la frente en una fuente,
pedirle un favor a un hermano valiente,
perder el tren,
perder la cabeza,
encontrar una sonrisa
y perderme en ella
hacer la compra,
comprar una botella,
beberla en pareja,
jugar bajo la mesa,
viajar en trenes,
la colonia Denenes,
leer un libro que me quepa en el bolsillo,
bajar piñones,
comer macarrones,
hacerme el despistado en las reuniones,
mirar diez capítulos seguidos de una serie,
jugar al Guitar Hero
y creerme en puto héroe,
marcar tu calendario,
pisar el escenario,
volar por tu barrio escondido en un armario,
subir tu salario emocional hasta el campanario,
sí, soy un solitario,
un proletario del vocabulario,
y hoy rimo todo con río porque sonrío por no llorar,
hoy río por no llorar,
sí, sonrío por no llorar,
yo hoy río por no llorar,
yo hoy
la, la, la, la, la
¡Ei, chicos!
Hay sorpresas de colores en las cimas de los montes,
millones de setas perdidas en los bosques
con mi nombre escrito en ellas
gritando: ¡Delafé, dale sentido a mi existencia!
¡Aaaaaaah!
Dale sentido a mi existencia
¡Todas las trompetas de la muerte!
¡Miles de trompetas de la muerte!
¡Miles de trompetas de la muerte soplando!
Es Delafé y Las Flores Azules
con tonos rosados.
Pescar más de un pez,
hacer un bizcocho,
abrir la ventana,
iluminar tus ojos,
hacer el amor después de la siesta,
pasar la tarde en casa de Leta,
tumbarme en el monte,
un cerveza fresca,
nadar en el mar,
comer una paella,
andar por la playa cuando el sol viene de cara,
descubrir una canción
y poder silbarla
perder la vergüenza,
perder la cabeza,
encontar una sonrisa y sonreir con ella,
salir de compras,
comprar una botella,
beberla en pareja,
jugar en la trastienda,
viajar en tren,
una colonia dulce,
salir de cena y compartir el postre,
comer piñones,
hacer macarrones,
hablar del tiempo en las reuniones,
mirar diez capítulos seguidos de una serie,
jugar a hacer palabras,
construirlas más largas,
mirar el calendario,
subir al escenario,
sobrevolar tu barrio,
escondida en un armario.
Sólo subo cuestas
Sólo subo cuestas
Sólo subo cuestas
Sólo subo cuestas
Río por no llorar.
lunes, 26 de diciembre de 2011
High
A veces no todo es lo que parece. De vez en cuando, detrás de una estupenda sonrisa se puede esconder la más triste de las miradas. Tal vez podríamos encontrar una lágrima detrás de cada golpe. Miedo tras los gritos. Y un sin fin de cosas que todos hemos escondido. Pero ahora mismo, no me apetece hablar de supuestos ni de casos particulares. La verdad es que solo me apetece mirar la silla y creerme en el columpio, libre de apariencias.
Sonrisa punto.
domingo, 25 de diciembre de 2011
Aire
Hay días en que debo evadirme de las horas, las calles, los ruidos, los claxons, las luces, las cosas punzantes, cortantes y obscenas. De la pena, el odio, los remordimientos, el rencor, la desidia, el frío, el desencuentro, el engaño, el pasado, el recuerdo, el adiós.
Hay momentos en que necesito abrir la ventana y dejar salir las ideas lejos del aire ahogado de la habitación. Consigo desaparecer cuando busco la pregunta y quiero encontrar la respuesta. Cuando siento mis manos frías bajo las mangas largas. Cuando siento los dedos recorriendo las palmas y las cuerdas.
Hay veces que el momento y el lugar no tienen importancia. Cuando buscas con los ojos, lo que nunca encontarás.
Hay momentos en que necesito abrir la ventana y dejar salir las ideas lejos del aire ahogado de la habitación. Consigo desaparecer cuando busco la pregunta y quiero encontrar la respuesta. Cuando siento mis manos frías bajo las mangas largas. Cuando siento los dedos recorriendo las palmas y las cuerdas.
Hay veces que el momento y el lugar no tienen importancia. Cuando buscas con los ojos, lo que nunca encontarás.
viernes, 23 de diciembre de 2011
Cerillas.
Desde el momento en que algo se encendió en mi cabeza y me dio a entender que te buscaba, no he dejado de hacerlo. Hasta el momento en que justo lo mismo que me hizo pasar noches de insomnio y momentos de debilidades estúpidas, me dijo que parase, con un beso en un parque a oscuras. Poco a poco empezó a clarear el día. Y yo seguía sintiendo una caricia curiosa en los labios. Pasaron horas, días,... Hasta que volví a encontrarme con mi billete de ida de todo lo que dolía, amargaba y asustaba. Pero por alguna estúpida razón, en un momento dado decidí que no mereecia nada más que dolor...solo seria capaz de pasar las horas ahogada en mi misma. Sola. Aun así, no podía evitar dejar de sentir dardos clavandose en mi costado, cada vez que mi inconsciencia se conseguía deshacer de la cuerda con la qe la tenia atada a mis muñecas maltratadas. Y te reencontraba. Te recorría de arriba a abajo, intentando pintarte entre mi desorden. Eras el pequeño orden de mi caos. Como la habitación antes de u a tormenta de polvo y recuerdos. Mi vía de escape hacia otro lugar que no fuese negro ni blanco. Simplemente volver a sentir el aire de nuestro espacio.
Un día, después de decenas de ellos, entre recriminaciones e indultos, hubo unos segundos de claridad. Una estúpida cerilla. Sí. Como el estúpido momento en que me dije que el frío dominaría la mañana, la tarde y la noche. Que sería mejor que guardases tu calor para alguien que fuese capaz de vivir sin tener que llevar miles de mantas a cuestas. me quise autoconvencer de que las noches no dolían sin saber que había pasado hacia media hora por tu cabeza loca. Sin decirte que no soy capaz de decir nada, y diciendotelo todo a la vez. No. No ¡y mil veces no! Así que corrí, corrió mi picardía y mi locura. Corrieron tus besos y las caricias al viento. Corrieron las nubes que nos vieron, y las farolas que nos sirvieron de cómplices. Terminaron corriendo mis palabras pidiéndote unas horas de sol. Unos minutos de tu calor. Unas caricias que en vez de ser del aire, fuesen mías. Volver a sentir ese cosquilleo. Volver a notar un nudo en el estómago al no saber si abalanzare sobre ti, o aparentar que soy una persona completamente normal. No lo sé. Y sinceramente, no me interesa averiguarlo. Lo único de lo que ahora mismo estoy completamente segura, es de que no sé tampoco cuando te volveré a ver. Pero que cuando lo haga, será para poder seguir diciéndote todo lo que la estupidez no me dejó decirte. Todo lo que necesito contarte muy bajito al oído.
Un día, después de decenas de ellos, entre recriminaciones e indultos, hubo unos segundos de claridad. Una estúpida cerilla. Sí. Como el estúpido momento en que me dije que el frío dominaría la mañana, la tarde y la noche. Que sería mejor que guardases tu calor para alguien que fuese capaz de vivir sin tener que llevar miles de mantas a cuestas. me quise autoconvencer de que las noches no dolían sin saber que había pasado hacia media hora por tu cabeza loca. Sin decirte que no soy capaz de decir nada, y diciendotelo todo a la vez. No. No ¡y mil veces no! Así que corrí, corrió mi picardía y mi locura. Corrieron tus besos y las caricias al viento. Corrieron las nubes que nos vieron, y las farolas que nos sirvieron de cómplices. Terminaron corriendo mis palabras pidiéndote unas horas de sol. Unos minutos de tu calor. Unas caricias que en vez de ser del aire, fuesen mías. Volver a sentir ese cosquilleo. Volver a notar un nudo en el estómago al no saber si abalanzare sobre ti, o aparentar que soy una persona completamente normal. No lo sé. Y sinceramente, no me interesa averiguarlo. Lo único de lo que ahora mismo estoy completamente segura, es de que no sé tampoco cuando te volveré a ver. Pero que cuando lo haga, será para poder seguir diciéndote todo lo que la estupidez no me dejó decirte. Todo lo que necesito contarte muy bajito al oído.
jueves, 15 de diciembre de 2011
Maniobras de escapismo.
Resulta que el reloj me acaba de avisar de que se ha dormido y que vuelvo a llegar tarde. El martes al final ni aparecí. Me quedé simplemente tirada en un sitio cualquiera en medio de la calle, tocando la guitarra y fumando entre canción y canción mal cantada. De repente alguien tiró un par de monedas en la funda. Fue una broma, era una amiga. Pero habría que verme, tal vez feliz, despreocupada, ausente,.. sí. Creo que el mejor adjetivo es "ausente". Cuando acabé el último cigarro, me levanté y me puse a caminar hacia la salida de la plaza. "Eh! cuidado! Están ahí. Les he dicho que no has venido. Vamos a dar la vuelta." Y nos escapamos por las calles de atrás. Dimos mil vueltas más de las necesarias para llegar a su casa.
Ahora mismo, a cada letra que escribo, una milésima se escapa de mi tiempo, cada palabra me roba un segundo. Y así podría continuar hasta que se me escapase el tiempo, todo dejase de tener sentido y la mensualidad que pagué no sirviese de nada. A este ritmo, vuelvo a perderme con mi guitarra y tabaco.
Ahora mismo, a cada letra que escribo, una milésima se escapa de mi tiempo, cada palabra me roba un segundo. Y así podría continuar hasta que se me escapase el tiempo, todo dejase de tener sentido y la mensualidad que pagué no sirviese de nada. A este ritmo, vuelvo a perderme con mi guitarra y tabaco.
jueves, 8 de diciembre de 2011
Invierno.
Solo pido una única cosa. Un rincón. Sí, una esquina apartada y oscura donde venga a morir el amor, las risas y los ánimos. Solo pido que todo esto suceda en un espacio concreto. Que cuando sepa que me dirijo hacia allí, pueda ser capaz de ponerme la coraza y aguantar la lluvia ácida. Cerrar los ojos y juntar los dedos. Porque me niego a tener que vivir con el peso del metal frío sobre mi piel. Sin poder bajar la guardia al cruzar la calle o al cruzar la primera puerta.
Poco a poco, se van dibujando nubes moradas bajo mis ojos, curvas en mis labios y gotas sobre mis mejillas. Poco a poco, voy dejando de existir. Poco a poco veo más lejana mi esquina oscura y segura, y acercarse a velocidad vertiginosa, el amanecer reflejado sobre mi metal oxidado.
Poco a poco, se van dibujando nubes moradas bajo mis ojos, curvas en mis labios y gotas sobre mis mejillas. Poco a poco, voy dejando de existir. Poco a poco veo más lejana mi esquina oscura y segura, y acercarse a velocidad vertiginosa, el amanecer reflejado sobre mi metal oxidado.
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Noches irreversibles.
Escucho canciones para no dormir. Doy vueltas en la silla y luego en la cama. Adorno el paisaje negro del silencio con gritos ahogados en mi cabeza. Desarmo las ideas más peliagudas, y dejo que me atraviesen el estómago. Abrí la caja de Pandora, y no dejaron de salir miles de pesadillas.
Cada recuerdo que conservé se me presentó en forma de lanza puntiaguda. Cada vez que pretendí ablandarlos, tan solo fueron un pequeño puñal. Tan solo eso. Es mejor que nada. Es mejor que terminar tirada en el suelo, con la colcha enrollada a los tobillos y el deseo de sentir un hilillo de sangre colgando del labio. Mejor que este silencio aferrándose a mis noches. Mejor que sentir la soledad como única compañera. Mejor que esperarte, y que no aparezcas.
Cada recuerdo que conservé se me presentó en forma de lanza puntiaguda. Cada vez que pretendí ablandarlos, tan solo fueron un pequeño puñal. Tan solo eso. Es mejor que nada. Es mejor que terminar tirada en el suelo, con la colcha enrollada a los tobillos y el deseo de sentir un hilillo de sangre colgando del labio. Mejor que este silencio aferrándose a mis noches. Mejor que sentir la soledad como única compañera. Mejor que esperarte, y que no aparezcas.
viernes, 2 de diciembre de 2011
Funambulista
Son agobios que hacen exterminar la harmonía. Son hechos que hacen romper en mil pedazos la razón. Son momentos en que sientes que las nubes se levantan y todo sabe a mar. En que las agujas ya no cantan. Cuando el tiempo se estrangula y la almohada te echa en falta. Cuando solo piensas en irte de tí. En correr, solo correr hacia el horizonte que te parezca más lejano. Solo estás siendo capaz de gritarle al primer inocente, tus últimos deseos egoistas. Tus ganas locas de desaparecer sin esperar nada cambio. No esperas escuchar un "no te vayas" "quédate...". Aunque sabes que te estremecerías si esto pasase. Si esperas que lo pronuncie una boca exacta.
De todas maneras, no puedo evitar que los monstruos me perturben. Sentir que todo esto es una única trampa para el entendimiento y la cordura de alguien ya loco e incomprensible. Alguien enrevesado y viejo, con fachada de ignorante. Alguien azul y gris.
De todas maneras, no puedo evitar que los monstruos me perturben. Sentir que todo esto es una única trampa para el entendimiento y la cordura de alguien ya loco e incomprensible. Alguien enrevesado y viejo, con fachada de ignorante. Alguien azul y gris.
jueves, 1 de diciembre de 2011
Enero en la playa
Te explico que un niño cruzó el universo,
montado en un burro con alas de plata
buscando una estrella, llamada Renata,
que bailaba salsa con un asteroide llamado Julián Rodríguez de Malta.
Malvado, engreído,
traidor y forajido.
Conocido bandido en la vía láctea
por vender estrellas independientes
a multinacionales semiespaciales.
Y te duermes…
lunes, 28 de noviembre de 2011
Tiempo para
Llegaba aquí con las ideas atadas a los tobillos. Pero ahora he tropezado y no sé qué más decir. Lo único que sigo teniendo claro, es que no son necesarias las palabras complicadas en todo momento. A veces, lo único que se necesita es una mirada real. Una aclaración de las palabras resumidas en un pestañeo. Necesito y quiero tiempo para reducir todo un universo de cordones liados, llenos de nudos, para disfrutar al hacer la cama y desayunar después de las cuatro de la tarde. Para charlar de cosas absurdas. Para desaprender las buenas maneras, la forma correcta de decirte las cosas. Para olvidar las circunstancias y gritarte bajito todo lo que pienso. Solo quiero poder pasear al lado del mar y simplificarlo todo al salitre y tus caricias. Quiero desatar el calor y el deseo. Solo quiero poder desnudarme en paz y recorrer los rincones de tus sonrisas. Sentir la arena entre los dedos de los pies y mis ideas llenas de ingenuidad. Sentirlas como si fuesen realmente mías, sin más complicaciones ni enredos. Que todo sea posible. Resumirlo en un encuentro entre tu boca y la mía.
domingo, 20 de noviembre de 2011
Subiendo y bajando las mismas escaleras...
Estando en una calle llenísima de escaleras, entre el humo de un cigarro, a la luz de un par de farolas amarillas, me he topado con una pelusa escurriéndose entre el viento. Tal vez este, en un ataque de egoísmo, una fiebre de aventuras o un momento de inconsciencia, la arrancó de cual fuese su lugar. Entonces, ella no puedo más que dejarse llevar a donde su nuevo compañero quisiese ¿Quién supo, sabe o sabrá cuál fue, es o será la razón que lo haya llevado a hacerlo esta tarde o si lo volverá a hacer?
De yo ser una pelusa, lo único que estaría pensando, sería que un viento inesperado y decidido se acercase a mi y no me prometiese nada más que ir hacia cualquier lugar sin rumbo aparente.
Tal vez mi fugaz encuentro con esta, ha sido algo mucho más emocionante que pasarme horas mirando a través de un cristal sucio, que tan solo da a la calle del desengaño, la desidia y el trascurso ocioso de las horas. Definitivamente se ha convertido en una compañera. Sí, una simple pelusa blanca de la cual desconozco el paradero. Puede haberse topado de bruces con el suelo, o el moño inundado en laca de una señora. De todas formas, quiero que cada partícula de mi cuerpo se convierta en polvo y trocitos de tela minúsculos, que se embrollen , y poder confesarle al viento las ganas locas que tengo de que haga conmigo lo que le plazca.
Este es un mundo lleno de posibilidades, o eso dicen.
Atentamente, la estúpida licenciada en la absurda y maravillosa mecánica de la pelusa.
De yo ser una pelusa, lo único que estaría pensando, sería que un viento inesperado y decidido se acercase a mi y no me prometiese nada más que ir hacia cualquier lugar sin rumbo aparente.
Tal vez mi fugaz encuentro con esta, ha sido algo mucho más emocionante que pasarme horas mirando a través de un cristal sucio, que tan solo da a la calle del desengaño, la desidia y el trascurso ocioso de las horas. Definitivamente se ha convertido en una compañera. Sí, una simple pelusa blanca de la cual desconozco el paradero. Puede haberse topado de bruces con el suelo, o el moño inundado en laca de una señora. De todas formas, quiero que cada partícula de mi cuerpo se convierta en polvo y trocitos de tela minúsculos, que se embrollen , y poder confesarle al viento las ganas locas que tengo de que haga conmigo lo que le plazca.
Este es un mundo lleno de posibilidades, o eso dicen.
Atentamente, la estúpida licenciada en la absurda y maravillosa mecánica de la pelusa.
viernes, 11 de noviembre de 2011
Intenta no respirar.
Ella vivía en un mundo en que el tráfico y el tiempo carecían de significado. Donde las gotas de lluvia se deslizaban por los crsitales de las ventanas y la punta de la nariz, como si de un espectáculo divino se tratase. El esmalte de uñas quedaba impreso , descuartizado sobre sus dedos, como única prueba del trascurso de los días.
Hubo un tiempo, por extraño que resultase, que la luna marcaba el inicio de sus sueños despierta. Y el sol del mediodía, cuando impactaba en sus pupilas, era el que la advertía ded que no faltaba demasiado para el nuevo espejismo de las esrellas sobre su cabeza. En aquel momento, la impaciencia se convertía en algo tan suculento como el viento soplándole en la nuca, en un atardecer naranja, rosa y únicamente suyo.
Todo aquello empezó a desaparecer poco a poco. El murmullo del mar lejano en las horas bajas, era el único capaz de susurrarle algo realmente delicioso. En esos instantes, sentía su propio peso sobre los pies puestos en el suelo. Era el instante en que entre sus manos y pestañas corría una brisa áspera y dulce al mismo tiempo. Los segundos en que deseaba poder volar. Cuando se atrevía a soñar con irse lejos. Muy lejos. Más allá. Sin tráfico supérfluo, ni esmaltes, ni horas, ni calendarios. Tan solo el humo de la bruma al amanecer. Tan solo con el rastro de la luna. Tan solo con la idea fantástica de qye no existía nada más que perder, ni que ignorar ni desmentir. Tan solo con la idea de que la historia continuaría con el sol del mediodía. Con la sucesión de la próxima luna y la brisa entre los dedos y la nuca.
Alguien, en algún momento, soltó sin esperarlo, la idea de que todo cuanto pase se lo llevará la tomernta y el tiempo.
Una luna amarilla y redonda, seguida de un amanecer húmedo, hizo que ella, nada más abrir los ojos, supiese desde hacía tiempo que aquel sería su primer día en el mundo.
Hubo un tiempo, por extraño que resultase, que la luna marcaba el inicio de sus sueños despierta. Y el sol del mediodía, cuando impactaba en sus pupilas, era el que la advertía ded que no faltaba demasiado para el nuevo espejismo de las esrellas sobre su cabeza. En aquel momento, la impaciencia se convertía en algo tan suculento como el viento soplándole en la nuca, en un atardecer naranja, rosa y únicamente suyo.
Todo aquello empezó a desaparecer poco a poco. El murmullo del mar lejano en las horas bajas, era el único capaz de susurrarle algo realmente delicioso. En esos instantes, sentía su propio peso sobre los pies puestos en el suelo. Era el instante en que entre sus manos y pestañas corría una brisa áspera y dulce al mismo tiempo. Los segundos en que deseaba poder volar. Cuando se atrevía a soñar con irse lejos. Muy lejos. Más allá. Sin tráfico supérfluo, ni esmaltes, ni horas, ni calendarios. Tan solo el humo de la bruma al amanecer. Tan solo con el rastro de la luna. Tan solo con la idea fantástica de qye no existía nada más que perder, ni que ignorar ni desmentir. Tan solo con la idea de que la historia continuaría con el sol del mediodía. Con la sucesión de la próxima luna y la brisa entre los dedos y la nuca.
Alguien, en algún momento, soltó sin esperarlo, la idea de que todo cuanto pase se lo llevará la tomernta y el tiempo.
Una luna amarilla y redonda, seguida de un amanecer húmedo, hizo que ella, nada más abrir los ojos, supiese desde hacía tiempo que aquel sería su primer día en el mundo.
martes, 2 de agosto de 2011
¿Tú?
Abre las manos. Cierra los ojos. Deja que simplemente choque contra el frente de nubes y la poca agilidad que le quedan a tus piernas para salir corriendo. Siente, únicamente siente, como el viento es capaz de irradiar cuanto no te atreves a pronunciar con las escuetas palabras que tu entendimiento considera oportunas para afrontar la larga cadena de ideas absurdas que vislumbras desde tu balcón. Desde donde es imposible que impere otra cosa que las situaciones imprevisibles de los buenos días del sol, y las buenas noches de la luna. De lo absurdamente irreconocible ante un espejo. Las miradas de desconcierto de algo que pretenderás describir como los márgenes que le dejas a la improvisación. Como las resignadas limitaciones que cuentan las pupilas que se encuentran en un último baile a media noche. Porque realmente, cuando despiertes, cuando llegues a reunir el valor para descubrir el tupido velo que nubla quién verdaderamente grita dentro de ti,... será cuando ambos, tú y tú, digais buenas días, sabiendo que buenas noches sabrá llegar.
miércoles, 20 de julio de 2011
Ingeniería aeroespacial
Sí, puede ser que un día se me ocurriese la insensatez de intentar persuadir una flor, de saludar al sol cada mañana. De que una corriente de viento, no se llevase la sábana que colgaba de la cuerda sin pinzas. Pude haberle rogado al tiempo que se parase en el mismo instante en el que el mundo decidió dejar de girar. Haberle suplicado de rodillas a las hojas del calendario que no pasaban, si no cortando.
Pude haber perdido cristales del espejo, y derrochado jabón bajo la ducha, a la vez que litros de agua salada. Pude corromper al más tímido de los ratones que roían la mecánica.
Pude dejar libres las alas de las hojas secas, y hacerlas aterrizar en charcos de barro. Pude robarle la fuerza a la primavera, y pretender hacerla encajar entre dos ejes oxidados.
No, simplemente entró la curiosidad por la oreja derecha, e hizo cosquillas en el reloj olvidado, viudo de la pauta de como llegar a las doce, y no retroceder.
Pude haber perdido cristales del espejo, y derrochado jabón bajo la ducha, a la vez que litros de agua salada. Pude corromper al más tímido de los ratones que roían la mecánica.
Pude dejar libres las alas de las hojas secas, y hacerlas aterrizar en charcos de barro. Pude robarle la fuerza a la primavera, y pretender hacerla encajar entre dos ejes oxidados.
No, simplemente entró la curiosidad por la oreja derecha, e hizo cosquillas en el reloj olvidado, viudo de la pauta de como llegar a las doce, y no retroceder.
miércoles, 8 de junio de 2011
Crit
Que sone la música, que s'apaguen els llums, i puje el teló! Deixem-nos de perjudicis, i obrim els ulls davant d'una gran massa de sentiments daurats com la nit estrelada, que s'alça sobre els nostres caps!
Iluminem les nits fosques amb idees revolucionàries i pintem mil i un murs de colors a l'atzar.
Passem les mans per indrets prohibits, tocant tan fort, que ens senten pel món sencer, sense deixar un racó mut.
Acabem amb els problemes amb l'actuació estelar de la guitarra i la veu, esgarrifant l'intimidació, les mentides i la por.
Iluminem les nits fosques amb idees revolucionàries i pintem mil i un murs de colors a l'atzar.
Passem les mans per indrets prohibits, tocant tan fort, que ens senten pel món sencer, sense deixar un racó mut.
Acabem amb els problemes amb l'actuació estelar de la guitarra i la veu, esgarrifant l'intimidació, les mentides i la por.
viernes, 25 de marzo de 2011
Daltoniana
Sin más. Sin esperar la lectura. Sin esperar la respuesta. Sin esperar a que lo diga. Sin esperar a nada. Sin esperar a nadie. Sin esperar a la espera. Sin esperar que amanezca. Sin esperar que el sol deserte. Sin esperar tener que hacerlo. Sin esperar lo implícito. Sin esperar el momento. Sin esperar el desánimo. Sin esperar la marea. Sin esperar la sed. Sin esperar las lluvias. Sin esperar secarme. Sin esperar llegar. Sin esperar la invitación. Sin esperar la huida de la ilusión. Sin esperar que vengas. Sin esperar que acabes de irte. Sin esperar la intoxicación. Sin esperar el antídoto. Sin esperar el diagnóstico. Sin esperar la previsión. Sin esperar al porqué. Sin esperar al aire. Sin esperar a encontrarlo. Sin esperar al márgen. Sin esperar al sentido. Sin esperar a la certeza. Sin esperar a la organización. Sin esperar a la coherencia. Sin esperar a releer. Sin esperar la estética. Sin esperar la neutralidad. Sin esperar la falta de implicación. Sin esperar lo mismo. Sin esperar la compresnsión.
Un cielo del color del que lo pintes: Sujestión. Interpretación.Análisis. Catástrofe personal. Ojos de gato. Miradas de Luna.
La mecánica de la pelusa.
Un cielo del color del que lo pintes: Sujestión. Interpretación.Análisis. Catástrofe personal. Ojos de gato. Miradas de Luna.
La mecánica de la pelusa.
miércoles, 9 de marzo de 2011
lunes, 7 de marzo de 2011
Show must go on
Empiezan a desaparecer, como cada noche. A partir de la hora clave, dejan reposar los párpados y desconectan del exterior. Yo me quedo. No hay facilidad. No hay experiencia. Como necia principiante, me quedo despierta, haciendo rodar hojas por mi cabeza. En el momento destinado a ser inesperado, apareces. Pretendí ignorar el sobresalto, y la aceleración del ritmo de mi reloj. Al final, las manecillas escribieron, y dejaron que los segundos y los minutos llegasen al orgasmo. Entretanto, explosiones incendiarias enardecían mis ideas. Justo, en el polo opuesto, la precaución permanecía agazapada, preparada para salir a escena en cualquier momento. Nos encontrábamos en momentos difíciles, en polémicos territorios, a horas intempestivas. Y lo único que se nos ocurrió, fue dedicarnos a jugar al pocker.
Apostaste el mar, y gané la playa. Empeñé mi Luna, y perdí las estrellas. Se oyó como saltó el seguro de una pistola. Como una exhalación, la precaución y la excitación saltaron a la vez sobre ella. Fue cuando los amantes se dieron una carrera mientras se vestían y hacían la cama; y en el mismo momento la pistola fue vaciada en cualquier dirección, sin ton ni son. Una de las balas atravesaron la camisa de Uno, y se desvaneció en las sábanas recién acomodadas sobre el colchón. Pero Una no se dio cuenta. Salió huyendo tan rápido como pudo, en cuanto escuchó la recámara. No era la primera vez que era espectadora de un tiroteo. Así fue que corrió y corrió, hasta llegar a ninguna parte. Una vez allí, se percató de que Uno se había quedado atrás. Cuando empezó a rehacer el camino, una manada de pilas gastadas la arrastró hasta el día siguiente.
__
Pasó la Hora esperando a que su marido el Reloj volviese de la reunión de negocios que tenía, con el director del nuevo espectáculo que tenía pensado ofrecer en su burdel, con la colaboración de los segundos y los minutos. Aquello siempre evocaba en sórdidas demostraciones lascivas y desvergonzadas por parte de los actores.
EL día del estreno, entre acto y acto, fue cuando Una entrevió unos zapatos tras el telón, que descubrió como los de Uno "¡No está muerto!". Saltó de la silla, se encaramó a la tarima y se coló en el backstage. Allí estava él. Cuando se le acercó por la espalda, y lo abrazó, no obtuvo más respuesta, que una sacudida de hombros y una huida por el lateral del escenario, hacia la salida trasera.
Llegados a este punto, muchos dictaminaron sentencia a favor de la cobardía de Una al no salir detrás de Uno. Otros, un tanto peculiares, excusaron su conducta en la preservación de sí misma. Nadie le preguntó a Una. En realidad, si alguien lo hubiese hecho, no hubiese sabido qué contestar.
__
El espectáculo culminó con una orgía de dramaturgos y espectadores.
Y el final de esta historia solo son capaces de escribirlo las partículas evaporadas de tus recuerdos, al evocar ese momento en que dejaste los pies quietos.
Apostaste el mar, y gané la playa. Empeñé mi Luna, y perdí las estrellas. Se oyó como saltó el seguro de una pistola. Como una exhalación, la precaución y la excitación saltaron a la vez sobre ella. Fue cuando los amantes se dieron una carrera mientras se vestían y hacían la cama; y en el mismo momento la pistola fue vaciada en cualquier dirección, sin ton ni son. Una de las balas atravesaron la camisa de Uno, y se desvaneció en las sábanas recién acomodadas sobre el colchón. Pero Una no se dio cuenta. Salió huyendo tan rápido como pudo, en cuanto escuchó la recámara. No era la primera vez que era espectadora de un tiroteo. Así fue que corrió y corrió, hasta llegar a ninguna parte. Una vez allí, se percató de que Uno se había quedado atrás. Cuando empezó a rehacer el camino, una manada de pilas gastadas la arrastró hasta el día siguiente.
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Pasó la Hora esperando a que su marido el Reloj volviese de la reunión de negocios que tenía, con el director del nuevo espectáculo que tenía pensado ofrecer en su burdel, con la colaboración de los segundos y los minutos. Aquello siempre evocaba en sórdidas demostraciones lascivas y desvergonzadas por parte de los actores.
EL día del estreno, entre acto y acto, fue cuando Una entrevió unos zapatos tras el telón, que descubrió como los de Uno "¡No está muerto!". Saltó de la silla, se encaramó a la tarima y se coló en el backstage. Allí estava él. Cuando se le acercó por la espalda, y lo abrazó, no obtuvo más respuesta, que una sacudida de hombros y una huida por el lateral del escenario, hacia la salida trasera.
Llegados a este punto, muchos dictaminaron sentencia a favor de la cobardía de Una al no salir detrás de Uno. Otros, un tanto peculiares, excusaron su conducta en la preservación de sí misma. Nadie le preguntó a Una. En realidad, si alguien lo hubiese hecho, no hubiese sabido qué contestar.
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El espectáculo culminó con una orgía de dramaturgos y espectadores.
Y el final de esta historia solo son capaces de escribirlo las partículas evaporadas de tus recuerdos, al evocar ese momento en que dejaste los pies quietos.
Tic - shh
Son las 23:59 : Prepárate. Ata bien la máscara. Enmarca los ojos, y encájalos en los dos resquicios que te deja el cartón para ser medianamente consciente de aquello que se aventura ante ti.
Las 00 : Ya ha empezado. No hay marcha atrás. Las agujas reinician el principio del fin. Siguen girando. Hacia delante, hacia atrás. No importa. Lo único cierto, es la peculiaridad de la nueva visión que te ofrece la franja horaria calzada en calcetines de colores complementarios. La superposición de lo abstracto en una plantilla. Lo mismo, de manera diferente.
La 1 : Sigues en pie. Sigue todo. Llevas el nudo bien apretado. Algún mechón rebelde lo tapa, a medida que te mueves, y giras, y saltas, y chillas, y callas, y lloras, y ríes, ... cada vez que peinas el marco con las pestañas.
Las 2 : Cada vez entrecierras más las ventanas. Notas el aire más frío, y el desánimo te pide que te marches."Vuelve a casa". Le contestas que no, cuando te das la vuelta al oír un tintineo a tu espalda, y buscas aquello. "¡Oh!" es lo que aciertas a decir cuando descubres una idea bailando en medio de la plaza, a la música de la mezcla de la luz de la Luna y la farola.
Las 3 : Mientras te abstraes de cuanto te rodea, de las voces, de los brillos, es cuando acude a tu oído un susurro. Algo casi imperceptible. Apenas audible, aún estando en el más perfecto silencio. Pero te obstina la idea de haber encontrado una brisa jugando con tu tímpano. Un toque de color. Un hielo recorriendo tu espalda un 3 de Agosto.
Las 4 : Quienes te rodean, empiezan a atreverse a decir que te estás obsesionando. No haces otra cosa que exigir quietud, para poder encontrar el destello del sonido. Te agachas pegando la oreja al asfalto frío y sucio. No te importa ensuciarte. Te importa lo más mínimo las malas lenguas. El énfasis que ponen en cortarte el pelo, pintártelo de colores feos y ponerte bigote. Da lo mismo. "¡Ah!" Has percibido un nuevo zumbido.
Las 5 : Sin perder más tiempo, echas a correr tras la estela de deseo que deja en tu cabeza. Puede que el nudo esté excesivamente apretado. No importa. Debes alcanzarlo. De repente, llegas al final del rumor. Te das cuenta de que has ido con los ojos cerrados durante todo el trayecto, aún a riesgo de tropezar. No sabes dónde estás. Tampoco te importa en el primer instante en que requieres de la atención de tu pupila sobre el escenario y su público. Estás en una playa. Más concretamente, con el mar cubriéndote hasta la altura de la cintura. Hasta ese momento, cuando la fisionomía de tus ojos descubren el fenómeno, que notas la corriente arrastrándote y el golpe acompasado de las olas.
Las 6 : Estás en estado de shock. No sabes bien si retirarte y dejar que el oleaje te eche de menos, o quedarte allí para siempre, aún a riesgo de que la marea te engulla. Lo único que tienes claro, es que la Luna se irá en breves, y que le cederá su puesto al Sol, para que monte guardia, independientemente de tu decisión.
Las 7 : Por otra parte, sigues pensando que a la Luna le quedan unos minutos. Como te gustaría estar allí arriba. Descubrir todas sus caras, y poder ponerle nombre a todas y cada una de ellas, y jugar con ellas al escondite.
Las 8 : El satélite está afinando sus últimos segundos de dominio sobre el azul. Entonces, te das cuenta de que sigues en el mar. De que tienes los dedos de los pies arrugados, y no sabes si vas a ser capaz de volver a la orilla. Has estado mucho tiempo encandilado en la luz lunera, y elucubrando conspiraciones abstractas sobre los rayos del némesis de esta.
Las 9 : Ya está bien. Decides volver. Al principio, las piernas no responden. El nudo de la máscara, es cada vez menos tirante. Respiras hondo. Una, dos y tres. Una pierna detrás de otra, dándole la espalda al horizonte. Otra vez se repite. Cada vez las olas te ayudan más a avanzar; hasta que llega un momento, en que te dejas arrastrar, y son ellas las que te transportan hasta la orilla.
Las 10 : Te crees que aquella es la orilla que utilizaste como preámbulo para llegar al mar. Pues, cuando descubriste la inundación de tus piernas, ya habías sobrepasado aquel tramo con los ojos cerrados.
Las 11 : Sigues caminando por el nuevo terreno. Allí no encuentras ninguna fuerza que te empuje hacia ninguna dirección concreta. Así que sin saber donde ir, te dispones a dar vueltas y vueltas... y de repente, te paras. Miras fijamente en esa dirección, y te diriges hacia ella con paso firme. Si puedes seguir adelante, ¿Por qué no hacerlo?
Las 12 : Llegas al tope que te marca una puerta. Es de madera vieja, pintada de color granate venido a menos. Aún así, te invita a entrar. Dado que no tienes nada mejor que hacer, te aventuras y atraviesas el umbral. Una vez dentro de la habitación, te encuentras con las paredes desnudas, al igual que el suelo y el techo.
Llevas mucho tiempo con la máscara puesta. El nudo está a punto de darse por vencido. Coges la iniciativa, y con un sutil movimiento de muñeca, lo deshaces. Y en ese mismo instante, el cartón cae al suelo, y tus pestañas peinan, varias veces, hacia arriba y hacia abajo el aire que circula entre sus pétalos. La pupila se contrae al notar más luz reflejarse sobre ella.
Es de día, entra el Sol, aparece la ventana, la cama, la silla, el armario, la lámpara, la sábana que te apartas de la cara, y las zapatillas que esperan tus pies descalzos para empezar un nuevo día.
Despierta.
Las 00 : Ya ha empezado. No hay marcha atrás. Las agujas reinician el principio del fin. Siguen girando. Hacia delante, hacia atrás. No importa. Lo único cierto, es la peculiaridad de la nueva visión que te ofrece la franja horaria calzada en calcetines de colores complementarios. La superposición de lo abstracto en una plantilla. Lo mismo, de manera diferente.
La 1 : Sigues en pie. Sigue todo. Llevas el nudo bien apretado. Algún mechón rebelde lo tapa, a medida que te mueves, y giras, y saltas, y chillas, y callas, y lloras, y ríes, ... cada vez que peinas el marco con las pestañas.
Las 2 : Cada vez entrecierras más las ventanas. Notas el aire más frío, y el desánimo te pide que te marches."Vuelve a casa". Le contestas que no, cuando te das la vuelta al oír un tintineo a tu espalda, y buscas aquello. "¡Oh!" es lo que aciertas a decir cuando descubres una idea bailando en medio de la plaza, a la música de la mezcla de la luz de la Luna y la farola.
Las 3 : Mientras te abstraes de cuanto te rodea, de las voces, de los brillos, es cuando acude a tu oído un susurro. Algo casi imperceptible. Apenas audible, aún estando en el más perfecto silencio. Pero te obstina la idea de haber encontrado una brisa jugando con tu tímpano. Un toque de color. Un hielo recorriendo tu espalda un 3 de Agosto.
Las 4 : Quienes te rodean, empiezan a atreverse a decir que te estás obsesionando. No haces otra cosa que exigir quietud, para poder encontrar el destello del sonido. Te agachas pegando la oreja al asfalto frío y sucio. No te importa ensuciarte. Te importa lo más mínimo las malas lenguas. El énfasis que ponen en cortarte el pelo, pintártelo de colores feos y ponerte bigote. Da lo mismo. "¡Ah!" Has percibido un nuevo zumbido.
Las 5 : Sin perder más tiempo, echas a correr tras la estela de deseo que deja en tu cabeza. Puede que el nudo esté excesivamente apretado. No importa. Debes alcanzarlo. De repente, llegas al final del rumor. Te das cuenta de que has ido con los ojos cerrados durante todo el trayecto, aún a riesgo de tropezar. No sabes dónde estás. Tampoco te importa en el primer instante en que requieres de la atención de tu pupila sobre el escenario y su público. Estás en una playa. Más concretamente, con el mar cubriéndote hasta la altura de la cintura. Hasta ese momento, cuando la fisionomía de tus ojos descubren el fenómeno, que notas la corriente arrastrándote y el golpe acompasado de las olas.
Las 6 : Estás en estado de shock. No sabes bien si retirarte y dejar que el oleaje te eche de menos, o quedarte allí para siempre, aún a riesgo de que la marea te engulla. Lo único que tienes claro, es que la Luna se irá en breves, y que le cederá su puesto al Sol, para que monte guardia, independientemente de tu decisión.
Las 7 : Por otra parte, sigues pensando que a la Luna le quedan unos minutos. Como te gustaría estar allí arriba. Descubrir todas sus caras, y poder ponerle nombre a todas y cada una de ellas, y jugar con ellas al escondite.
Las 8 : El satélite está afinando sus últimos segundos de dominio sobre el azul. Entonces, te das cuenta de que sigues en el mar. De que tienes los dedos de los pies arrugados, y no sabes si vas a ser capaz de volver a la orilla. Has estado mucho tiempo encandilado en la luz lunera, y elucubrando conspiraciones abstractas sobre los rayos del némesis de esta.
Las 9 : Ya está bien. Decides volver. Al principio, las piernas no responden. El nudo de la máscara, es cada vez menos tirante. Respiras hondo. Una, dos y tres. Una pierna detrás de otra, dándole la espalda al horizonte. Otra vez se repite. Cada vez las olas te ayudan más a avanzar; hasta que llega un momento, en que te dejas arrastrar, y son ellas las que te transportan hasta la orilla.
Las 10 : Te crees que aquella es la orilla que utilizaste como preámbulo para llegar al mar. Pues, cuando descubriste la inundación de tus piernas, ya habías sobrepasado aquel tramo con los ojos cerrados.
Las 11 : Sigues caminando por el nuevo terreno. Allí no encuentras ninguna fuerza que te empuje hacia ninguna dirección concreta. Así que sin saber donde ir, te dispones a dar vueltas y vueltas... y de repente, te paras. Miras fijamente en esa dirección, y te diriges hacia ella con paso firme. Si puedes seguir adelante, ¿Por qué no hacerlo?
Las 12 : Llegas al tope que te marca una puerta. Es de madera vieja, pintada de color granate venido a menos. Aún así, te invita a entrar. Dado que no tienes nada mejor que hacer, te aventuras y atraviesas el umbral. Una vez dentro de la habitación, te encuentras con las paredes desnudas, al igual que el suelo y el techo.
Llevas mucho tiempo con la máscara puesta. El nudo está a punto de darse por vencido. Coges la iniciativa, y con un sutil movimiento de muñeca, lo deshaces. Y en ese mismo instante, el cartón cae al suelo, y tus pestañas peinan, varias veces, hacia arriba y hacia abajo el aire que circula entre sus pétalos. La pupila se contrae al notar más luz reflejarse sobre ella.
Es de día, entra el Sol, aparece la ventana, la cama, la silla, el armario, la lámpara, la sábana que te apartas de la cara, y las zapatillas que esperan tus pies descalzos para empezar un nuevo día.
Despierta.
viernes, 4 de marzo de 2011
Estrellas
Una niña pequeña iba paseando por un parque grande y verde cogida de la mano de su abuelo, cuando en un momento dado pasaron por delante de un gran árbol que tapó el Sol. En aquel instante, la niña le preguntó a su abuelo:
- Abuelo, ¿Por qué cuando el Sol se va aparece la Luna?.- Al oír aquella inocente pregunta, al abuelo se le llenó la mirada de ternura y se le ocurrió hacer soñar a su nieta, y le dijo:
- Porque no los pueden ver juntos.
- ¿Y por qué?
- Porque no les dejan.- la niña sin entender volvió a preguntar:
- ¿Y por qué?.- al anciano se le encendió la chispa de la picardía:
- Por una cosa que pasó hace mucho tiempo.
- ¡cuéntamelo!
- Está bien.
Hace mucho tiempo, existía un pequeño pueblo escondido entre montañas situado en medio de una colina. La cual servía de humilde pedestal a un gran castillo que coronaba su cima. En aquel pueblo los niños podían correr, jugar, saltar, cantar, chillar...en definitiva, podían ser todo lo felices que quisiesen; ya que era de ellos de los que dependía que cada día apareciese en el cielo una nueva estrella. Dado que cada vez que un niño era verdaderamente feliz, en una gran habitación con enormes ventanales, situada en el gran castillo, aparecía una nueva estrella en un cesto de mimbre. Aquella habitación era tan grande, porque todos los padres de los niños del pueblo trabajaban allí ayudando a la Luna a colocar todas las estrellas en el cielo cada noche. Más tarde, por la mañana, el Sol era el encargado de cerciorarse de que las estrellas dormían para poder relucir por la noche.
Lo que tenían de especial aquellas estrellas, es que todas habían nacido de la felicidad de un niño. Por ello, cada una guardaba un deseo, que se cumplía si el niño, al crecer, podía conservar ese sueño que tuvo una vez.
Bien, la historia de amor prohibido del Sol y la Luna surge de una mágica tarde de otoño en la que tuvo lugar el primer encuentro del Sol y la Luna. En aquel instante se fundieron en un solo cuerpo. Fue precioso. Muchos los definieron como un beso de luz y sombras. Limón y azúcar. Algo perfectamente incoherente. Y justo en esos momentos llegó al mundo un niño de pelo castaño y ojos color miel. Nada más salir del vientre de su madre, no hizo otra cosa que mirar por la ventana. Fue la primera vez que vio aquel baile de astros. En aquel momento, apareció la más brillante de las estrellas en aquel viejo cesto de mimbre.
Pasaron los años. Y aquel niño creció sano y feliz en su pueblecito. De él provenían las estrellas más nítidas y brillantes que se hubiesen visto, hasta que llegó el día en el que decidió partir a la ciudad a buscar nuevas sensaciones que vivir y a probar a los bloques de cemento que se le antojaban a todo el mundo, menos a él, objetos fríos y carentes de cualquier tipo de sentimiento.
Las primeras semanas se encontraba lleno de asombro y curiosidad ante tanta gente y tantas cosas desconocidas para él. Allí no encontró ni sus verdes praderas, ni el lecho de aquel rio en el que tantas veces había nadado rodeado de renacuajos. En su lugar se le aparecieron bloques de cemento de colores tristes y gente con ropas apagadas que aprecian suplicarle ayuda. Él había llegado dispuesto a ayudarles.
Le fue todo bien hasta que llegó el momento en el que aquellas personas le dejaron claro que estaban a gusto con sus frustraciones. Que no tenían tiempo para ser verdaderamente felices. Muy triste y decepcionado, se fue a la habitación que había conseguido alquilar en un edificio bastante antiguo en las afueras de la ciudad. En aquel pequeño lugar había conseguido llenar el ambiente de alegría y optimismo empapelando las paredes con grandes dibujos e ideas locas. Pero al entrar por la puerta y recorrer la habitación, no percibió absolutamente nada. Poco a poco, le empezó a rondar por la cabeza que todo aquello en lo que creía no eran más que ideas de fantasía. Ideas en las que solo estaría dispuesto a creer y luchar por ellas un necio loco y ávido de la necesidad de creerse sus propias alucinaciones. Aquellas ideas le rondaron durante toda la noche. Al día siguiente no apareció ninguna estrella en el cesto. Y fue así durante 4 largos meses.
En todo aquel tiempo se dedicó a aprender a comportarse como la gente que le rodeaban. Al final acabó empapelando las paredes de su habitación con un papel apagado y aburrido. Dejó de lado su ropa de vivos y alegres colores, para suplantarla por aquella que llevaba su vecino, y el vecino del vecino. Se estaba apagando poco a poco.
Un día de tantos, se le planteó la necesidad de ir a la ciudad vecina a hacer unos recados. Tuvo que coger un carro para viajar, dado que la distancia era considerable y que había que cruzar medio bosque.
El viaje fue bien hasta el momento en el que un obstáculo inesperado apareció en el camino y destrozó una de las ruedas del carruaje. A partir de entonces, decidió ir a pie. Pasaba casi una hora desde el momento en que se puso en marcha. Entonces divisó un gran árbol bajo el cual decidió descansar. A los pocos minutos de recostarse sobre la corteza de este, noto como algo se movía por las ramas. Se incorporó y divisó una tela de color escarlata moverse ágilmente entre las hojas. Al momento, una figura dio un salto desde las alturas y aterrizó en cuclillas a su lado. Al incorporarse se dio cuenta de que se trataba de una joven de revuelto pelo castaño y ojos de color del chocolate. Tenía una cara divertida y una nariz curiosa. Le inspiró algo que en aquel momento no fue capaz de describir. Desde aquella idílica estampa nació una amistad, aparentemente. A partir de aquel furtivo encuentro, él hizo porque sucedieran de manera más repetitiva. Empezó a redescubrir aquel sentimiento de libertad cada vez que olía la hierba fresca y oía el chasquido que producían algunas ramas cuando el viento soplaba con fuerza. Y sonreía como si no hubiese mañana al descubrir aquella tela escarlata que cubría el cuerpo de ella. Poco a poco empezó a ponerle nombre a aquello que ella le hacía sentir. El único inconveniente que le encontró al principio a aquel sentimiento, fue la vergüenza y el rubor que sentía al mínimamente atreverse a pensarlo.
Un día de tantos en los que se encontraban los dos bajo el gran árbol, acabaron mirándose fijamente a los ojos. Él vio en los de ella una tarde lluviosa en casa con la tímida luz de una hoguera. Sencillez y amor. Ella vio en los de él una Luna perfectamente pintada en el cielo y un baile de estrellas. Fascinación y fantasía. Al darse cuenta de lo que ocurría, no tardó en suceder que los labios de uno se confundieron con los del otro. Todo aquello bajo la atenta y discreta mirada de un Sol que se aventuraba entre las ramas del gran árbol.
Al día siguiente de aquel romántico encuentro, una tímida estrella relució en un cesto viejo.
Pasó el tiempo desgarradoramente lento para la gente normal. Maravillosamente celoso para los dos enamorados. Él no podía dejar de creerse su propia suerte.
Llegó el día de uno de tantos encuentros. Pero aquel en concreto ella había decidido dedicarle un poema a su enamorado. Al no estar segura de hacerlo, llegó antes de lo acordado a su punto de encuentro. Se encaramó a lo más alto de la copa del árbol, y probó recitarle su poema al Sol. Él, por su parte, también decidió sorprenderla con un gran ramo de flores. Su idea consistía en encaramarse al árbol testigo de su amor, y aparecer desde las alturas con flores para ella. Para hacerlo, decidió adelantarse unos minutos a la cita. Al llegar al punto de encuentro concertado, se dispuso a trepar. Cuando llegó a la mitad, descubrió aquella falda escarlata en lo alto recitándole palabras de amor al Sol. Aquellas palabras que creía suyas, ella las estaba gastando con otro. En aquel instante no supo como reaccionar. Los celos pudieron con él. Y sin prestar atención a sus pensamientos, deseó la misma suerte que la suya al Sol. Él tampoco podría disfrutar del amor que, según él, le acababan de arrebatar.
Aquella fue la última vez en que él fue a buscarla a ella y a sus ojos de chocolate. Ella no volvió a salir de día. Se fue a la ciudad, y dejó que esta se la comiese. Y desde entonces, el Sol y la Luna no coinciden en el cielo.
La niña se quedó mirando a su abuelo con ojos tristes. Al darse cuenta de ello el anciano le hizo un guiño a su nieta y le susurró una confesión con cara divertida:
- Pero... - la pequeña abrió mucho los ojos- cada ciertos años, el Sol y la Luna consiguen coincidir en el cielo. Siempre y cuando la estrella del deseo de él esté lejos.- concluyó el abuelo con un guiño de ojos a su nieta.
Pasaron muchos años hasta que llegó el día señalado. Aquel día, una anciana cogió su bastón y se dedicó a caminar hasta dar con un verde bosque. Al encontrarlo se adentró poco a poco en el. A los minutos se sentó bajo un majestuoso árbol de grandes y verdes hojas entre las cuales un coqueto Sol jugaba a esconderse y aparecer entre las ramas. Momentos más tarde, una sombra enorme se hizo con todo el paraje. En aquel instante lágrimas nublaron los ojos de la anciana. Aquella trágica estrella debía estar lejos. El Sol y la Luna acababan de besarse.
- Abuelo, ¿Por qué cuando el Sol se va aparece la Luna?.- Al oír aquella inocente pregunta, al abuelo se le llenó la mirada de ternura y se le ocurrió hacer soñar a su nieta, y le dijo:
- Porque no los pueden ver juntos.
- ¿Y por qué?
- Porque no les dejan.- la niña sin entender volvió a preguntar:
- ¿Y por qué?.- al anciano se le encendió la chispa de la picardía:
- Por una cosa que pasó hace mucho tiempo.
- ¡cuéntamelo!
- Está bien.
Hace mucho tiempo, existía un pequeño pueblo escondido entre montañas situado en medio de una colina. La cual servía de humilde pedestal a un gran castillo que coronaba su cima. En aquel pueblo los niños podían correr, jugar, saltar, cantar, chillar...en definitiva, podían ser todo lo felices que quisiesen; ya que era de ellos de los que dependía que cada día apareciese en el cielo una nueva estrella. Dado que cada vez que un niño era verdaderamente feliz, en una gran habitación con enormes ventanales, situada en el gran castillo, aparecía una nueva estrella en un cesto de mimbre. Aquella habitación era tan grande, porque todos los padres de los niños del pueblo trabajaban allí ayudando a la Luna a colocar todas las estrellas en el cielo cada noche. Más tarde, por la mañana, el Sol era el encargado de cerciorarse de que las estrellas dormían para poder relucir por la noche.
Lo que tenían de especial aquellas estrellas, es que todas habían nacido de la felicidad de un niño. Por ello, cada una guardaba un deseo, que se cumplía si el niño, al crecer, podía conservar ese sueño que tuvo una vez.
Bien, la historia de amor prohibido del Sol y la Luna surge de una mágica tarde de otoño en la que tuvo lugar el primer encuentro del Sol y la Luna. En aquel instante se fundieron en un solo cuerpo. Fue precioso. Muchos los definieron como un beso de luz y sombras. Limón y azúcar. Algo perfectamente incoherente. Y justo en esos momentos llegó al mundo un niño de pelo castaño y ojos color miel. Nada más salir del vientre de su madre, no hizo otra cosa que mirar por la ventana. Fue la primera vez que vio aquel baile de astros. En aquel momento, apareció la más brillante de las estrellas en aquel viejo cesto de mimbre.
Pasaron los años. Y aquel niño creció sano y feliz en su pueblecito. De él provenían las estrellas más nítidas y brillantes que se hubiesen visto, hasta que llegó el día en el que decidió partir a la ciudad a buscar nuevas sensaciones que vivir y a probar a los bloques de cemento que se le antojaban a todo el mundo, menos a él, objetos fríos y carentes de cualquier tipo de sentimiento.
Las primeras semanas se encontraba lleno de asombro y curiosidad ante tanta gente y tantas cosas desconocidas para él. Allí no encontró ni sus verdes praderas, ni el lecho de aquel rio en el que tantas veces había nadado rodeado de renacuajos. En su lugar se le aparecieron bloques de cemento de colores tristes y gente con ropas apagadas que aprecian suplicarle ayuda. Él había llegado dispuesto a ayudarles.
Le fue todo bien hasta que llegó el momento en el que aquellas personas le dejaron claro que estaban a gusto con sus frustraciones. Que no tenían tiempo para ser verdaderamente felices. Muy triste y decepcionado, se fue a la habitación que había conseguido alquilar en un edificio bastante antiguo en las afueras de la ciudad. En aquel pequeño lugar había conseguido llenar el ambiente de alegría y optimismo empapelando las paredes con grandes dibujos e ideas locas. Pero al entrar por la puerta y recorrer la habitación, no percibió absolutamente nada. Poco a poco, le empezó a rondar por la cabeza que todo aquello en lo que creía no eran más que ideas de fantasía. Ideas en las que solo estaría dispuesto a creer y luchar por ellas un necio loco y ávido de la necesidad de creerse sus propias alucinaciones. Aquellas ideas le rondaron durante toda la noche. Al día siguiente no apareció ninguna estrella en el cesto. Y fue así durante 4 largos meses.
En todo aquel tiempo se dedicó a aprender a comportarse como la gente que le rodeaban. Al final acabó empapelando las paredes de su habitación con un papel apagado y aburrido. Dejó de lado su ropa de vivos y alegres colores, para suplantarla por aquella que llevaba su vecino, y el vecino del vecino. Se estaba apagando poco a poco.
Un día de tantos, se le planteó la necesidad de ir a la ciudad vecina a hacer unos recados. Tuvo que coger un carro para viajar, dado que la distancia era considerable y que había que cruzar medio bosque.
El viaje fue bien hasta el momento en el que un obstáculo inesperado apareció en el camino y destrozó una de las ruedas del carruaje. A partir de entonces, decidió ir a pie. Pasaba casi una hora desde el momento en que se puso en marcha. Entonces divisó un gran árbol bajo el cual decidió descansar. A los pocos minutos de recostarse sobre la corteza de este, noto como algo se movía por las ramas. Se incorporó y divisó una tela de color escarlata moverse ágilmente entre las hojas. Al momento, una figura dio un salto desde las alturas y aterrizó en cuclillas a su lado. Al incorporarse se dio cuenta de que se trataba de una joven de revuelto pelo castaño y ojos de color del chocolate. Tenía una cara divertida y una nariz curiosa. Le inspiró algo que en aquel momento no fue capaz de describir. Desde aquella idílica estampa nació una amistad, aparentemente. A partir de aquel furtivo encuentro, él hizo porque sucedieran de manera más repetitiva. Empezó a redescubrir aquel sentimiento de libertad cada vez que olía la hierba fresca y oía el chasquido que producían algunas ramas cuando el viento soplaba con fuerza. Y sonreía como si no hubiese mañana al descubrir aquella tela escarlata que cubría el cuerpo de ella. Poco a poco empezó a ponerle nombre a aquello que ella le hacía sentir. El único inconveniente que le encontró al principio a aquel sentimiento, fue la vergüenza y el rubor que sentía al mínimamente atreverse a pensarlo.
Un día de tantos en los que se encontraban los dos bajo el gran árbol, acabaron mirándose fijamente a los ojos. Él vio en los de ella una tarde lluviosa en casa con la tímida luz de una hoguera. Sencillez y amor. Ella vio en los de él una Luna perfectamente pintada en el cielo y un baile de estrellas. Fascinación y fantasía. Al darse cuenta de lo que ocurría, no tardó en suceder que los labios de uno se confundieron con los del otro. Todo aquello bajo la atenta y discreta mirada de un Sol que se aventuraba entre las ramas del gran árbol.
Al día siguiente de aquel romántico encuentro, una tímida estrella relució en un cesto viejo.
Pasó el tiempo desgarradoramente lento para la gente normal. Maravillosamente celoso para los dos enamorados. Él no podía dejar de creerse su propia suerte.
Llegó el día de uno de tantos encuentros. Pero aquel en concreto ella había decidido dedicarle un poema a su enamorado. Al no estar segura de hacerlo, llegó antes de lo acordado a su punto de encuentro. Se encaramó a lo más alto de la copa del árbol, y probó recitarle su poema al Sol. Él, por su parte, también decidió sorprenderla con un gran ramo de flores. Su idea consistía en encaramarse al árbol testigo de su amor, y aparecer desde las alturas con flores para ella. Para hacerlo, decidió adelantarse unos minutos a la cita. Al llegar al punto de encuentro concertado, se dispuso a trepar. Cuando llegó a la mitad, descubrió aquella falda escarlata en lo alto recitándole palabras de amor al Sol. Aquellas palabras que creía suyas, ella las estaba gastando con otro. En aquel instante no supo como reaccionar. Los celos pudieron con él. Y sin prestar atención a sus pensamientos, deseó la misma suerte que la suya al Sol. Él tampoco podría disfrutar del amor que, según él, le acababan de arrebatar.
Aquella fue la última vez en que él fue a buscarla a ella y a sus ojos de chocolate. Ella no volvió a salir de día. Se fue a la ciudad, y dejó que esta se la comiese. Y desde entonces, el Sol y la Luna no coinciden en el cielo.
La niña se quedó mirando a su abuelo con ojos tristes. Al darse cuenta de ello el anciano le hizo un guiño a su nieta y le susurró una confesión con cara divertida:
- Pero... - la pequeña abrió mucho los ojos- cada ciertos años, el Sol y la Luna consiguen coincidir en el cielo. Siempre y cuando la estrella del deseo de él esté lejos.- concluyó el abuelo con un guiño de ojos a su nieta.
Pasaron muchos años hasta que llegó el día señalado. Aquel día, una anciana cogió su bastón y se dedicó a caminar hasta dar con un verde bosque. Al encontrarlo se adentró poco a poco en el. A los minutos se sentó bajo un majestuoso árbol de grandes y verdes hojas entre las cuales un coqueto Sol jugaba a esconderse y aparecer entre las ramas. Momentos más tarde, una sombra enorme se hizo con todo el paraje. En aquel instante lágrimas nublaron los ojos de la anciana. Aquella trágica estrella debía estar lejos. El Sol y la Luna acababan de besarse.
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