lunes, 7 de marzo de 2011

Tic - shh

Son las 23:59 : Prepárate. Ata bien la máscara. Enmarca los ojos, y encájalos en los dos resquicios que te deja el cartón para ser medianamente consciente de aquello que se aventura ante ti.

Las 00 : Ya ha empezado. No hay marcha atrás. Las agujas reinician el principio del fin. Siguen girando. Hacia delante, hacia atrás. No importa. Lo único cierto, es la peculiaridad de la nueva visión que te ofrece la franja horaria calzada en calcetines de colores complementarios. La superposición de lo abstracto en una plantilla. Lo mismo, de manera diferente.

La 1 : Sigues en pie. Sigue todo. Llevas el nudo bien apretado. Algún mechón rebelde lo tapa, a medida que te mueves, y giras, y saltas, y chillas, y callas, y lloras, y ríes, ... cada vez que peinas el marco con las pestañas.

Las 2 : Cada vez entrecierras más las ventanas. Notas el aire más frío, y el desánimo te pide que te marches."Vuelve a casa". Le contestas que no, cuando te das la vuelta al oír un tintineo a tu espalda, y buscas aquello. "¡Oh!" es lo que aciertas a decir cuando descubres una idea bailando en medio de la plaza, a la música de la mezcla de la luz de la Luna y la farola.

Las 3 : Mientras te abstraes de cuanto te rodea, de las voces, de los brillos, es cuando acude a tu oído un susurro. Algo casi imperceptible. Apenas audible, aún estando en el más perfecto silencio. Pero te obstina la idea de haber encontrado una brisa jugando con tu tímpano. Un toque de color. Un hielo recorriendo tu espalda un 3 de Agosto.

Las 4 : Quienes te rodean, empiezan a atreverse a decir que te estás obsesionando. No haces otra cosa que exigir quietud, para poder encontrar el destello del sonido. Te agachas pegando la oreja al asfalto frío y sucio. No te importa ensuciarte. Te importa lo más mínimo las malas lenguas. El énfasis que ponen en cortarte el pelo, pintártelo de colores feos y ponerte bigote. Da lo mismo. "¡Ah!" Has percibido un nuevo zumbido.

Las 5 : Sin perder más tiempo, echas a correr tras la estela de deseo que deja en tu cabeza. Puede que el nudo esté excesivamente apretado. No importa. Debes alcanzarlo. De repente, llegas al final del rumor. Te das cuenta de que has ido con los ojos cerrados durante todo el trayecto, aún a riesgo de tropezar. No sabes dónde estás. Tampoco te importa en el primer instante en que requieres de la atención de tu pupila sobre el escenario y su público. Estás en una playa. Más concretamente, con el mar cubriéndote hasta la altura de la cintura. Hasta ese momento, cuando la fisionomía de tus ojos descubren el fenómeno, que notas la corriente arrastrándote y el golpe acompasado de las olas.

Las 6 : Estás en estado de shock. No sabes bien si retirarte y dejar que el oleaje te eche de menos, o quedarte allí para siempre, aún a riesgo de que la marea te engulla. Lo único que tienes claro, es que la Luna se irá en breves, y que le cederá su puesto al Sol, para que monte guardia, independientemente de tu decisión.

Las 7 : Por otra parte, sigues pensando que a la Luna le quedan unos minutos. Como te gustaría estar allí arriba. Descubrir todas sus caras, y poder ponerle nombre a todas y cada una de ellas, y jugar con ellas al escondite.

Las 8 : El satélite está afinando sus últimos segundos de dominio sobre el azul. Entonces, te das cuenta de que sigues en el mar. De que tienes los dedos de los pies arrugados, y no sabes si vas a ser capaz de volver a la orilla. Has estado mucho tiempo encandilado en la luz lunera, y elucubrando conspiraciones abstractas sobre los rayos del némesis de esta.

Las 9 : Ya está bien. Decides volver. Al principio, las piernas no responden. El nudo de la máscara, es cada vez menos tirante. Respiras hondo. Una, dos y tres. Una pierna detrás de otra, dándole la espalda al horizonte. Otra vez se repite. Cada vez las olas te ayudan más a avanzar; hasta que llega un momento, en que te dejas arrastrar, y son ellas las que te transportan hasta la orilla.

Las 10 : Te crees que aquella es la orilla que utilizaste como preámbulo para llegar al mar. Pues, cuando descubriste la inundación de tus piernas, ya habías sobrepasado aquel tramo con los ojos cerrados.

Las 11 : Sigues caminando por el nuevo terreno. Allí no encuentras ninguna fuerza que te empuje hacia ninguna dirección concreta. Así que sin saber donde ir, te dispones a dar vueltas y vueltas... y de repente, te paras. Miras fijamente en esa dirección, y te diriges hacia ella con paso firme. Si puedes seguir adelante, ¿Por qué no hacerlo?

Las 12 : Llegas al tope que te marca una puerta. Es de madera vieja, pintada de color granate venido a menos. Aún así, te invita a entrar. Dado que no tienes nada mejor que hacer, te aventuras y atraviesas el umbral. Una vez dentro de la habitación, te encuentras con las paredes desnudas, al igual que el suelo y el techo.
Llevas mucho tiempo con la máscara puesta. El nudo está a punto de darse por vencido. Coges la iniciativa, y con un sutil movimiento de muñeca, lo deshaces. Y en ese mismo instante, el cartón cae al suelo, y tus pestañas peinan, varias veces, hacia arriba y hacia abajo el aire que circula entre sus pétalos. La pupila se contrae al notar más luz reflejarse sobre ella.
Es de día, entra el Sol, aparece la ventana, la cama, la silla, el armario, la lámpara, la sábana que te apartas de la cara, y las zapatillas que esperan tus pies descalzos para empezar un nuevo día.
Despierta.

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