lunes, 7 de marzo de 2011

Show must go on

Empiezan a desaparecer, como cada noche. A partir de la hora clave, dejan reposar los párpados y desconectan del exterior. Yo me quedo. No hay facilidad. No hay experiencia. Como necia principiante, me quedo despierta, haciendo rodar hojas por mi cabeza. En el momento destinado a ser inesperado, apareces. Pretendí ignorar el sobresalto, y la aceleración del ritmo de mi reloj. Al final, las manecillas escribieron, y dejaron que los segundos y los minutos llegasen al orgasmo. Entretanto, explosiones incendiarias enardecían mis ideas. Justo, en el polo opuesto, la precaución permanecía agazapada, preparada para salir a escena en cualquier momento. Nos encontrábamos en momentos difíciles, en polémicos territorios, a horas intempestivas. Y lo único que se nos ocurrió, fue dedicarnos a jugar al pocker.
Apostaste el mar, y gané la playa. Empeñé mi Luna, y perdí las estrellas. Se oyó como saltó el seguro de una pistola. Como una exhalación, la precaución y la excitación saltaron a la vez sobre ella. Fue cuando los amantes se dieron una carrera mientras se vestían y hacían la cama; y en el mismo momento la pistola fue vaciada en cualquier dirección, sin ton ni son. Una de las balas atravesaron la camisa de Uno, y se desvaneció en las sábanas recién acomodadas sobre el colchón. Pero Una no se dio cuenta. Salió huyendo tan rápido como pudo, en cuanto escuchó la recámara. No era la primera vez que era espectadora de un tiroteo. Así fue que corrió y corrió, hasta llegar a ninguna parte. Una vez allí, se percató de que Uno se había quedado atrás. Cuando empezó a rehacer el camino, una manada de pilas gastadas la arrastró hasta el día siguiente.
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Pasó la Hora esperando a que su marido el Reloj volviese de la reunión de negocios que tenía, con el director del nuevo espectáculo que tenía pensado ofrecer en su burdel, con la colaboración de los segundos y los minutos. Aquello siempre evocaba en sórdidas demostraciones lascivas y desvergonzadas por parte de los actores.
EL día del estreno, entre acto y acto, fue cuando Una entrevió unos zapatos tras el telón, que descubrió como los de Uno "¡No está muerto!". Saltó de la silla, se encaramó a la tarima y se coló en el backstage. Allí estava él. Cuando se le acercó por la espalda, y lo abrazó, no obtuvo más respuesta, que una sacudida de hombros y una huida por el lateral del escenario, hacia la salida trasera.
Llegados a este punto, muchos dictaminaron sentencia a favor de la cobardía de Una al no salir detrás de Uno. Otros, un tanto peculiares, excusaron su conducta en la preservación de sí misma.  Nadie le preguntó a Una. En realidad, si alguien lo hubiese hecho, no hubiese sabido qué contestar.
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El espectáculo culminó con una orgía de dramaturgos y espectadores.
Y el final de esta historia solo son capaces de escribirlo las partículas evaporadas de tus recuerdos, al evocar ese momento en que dejaste los pies quietos.

1 comentario:

  1. Me encanta =)
    Sobretodo las descripciones, me gustan los adjetivos que usas para cada idea que se te ocurre.
    Sigue así Libelulita^^

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