viernes, 25 de marzo de 2011

Daltoniana

Sin más. Sin esperar la lectura. Sin esperar la respuesta. Sin esperar a que lo diga. Sin esperar a nada. Sin esperar a nadie. Sin esperar a la espera. Sin esperar que amanezca. Sin esperar que el sol deserte. Sin esperar tener que hacerlo. Sin esperar lo implícito. Sin esperar el momento. Sin esperar el desánimo. Sin esperar la marea. Sin esperar la sed. Sin esperar las lluvias. Sin esperar secarme. Sin esperar llegar. Sin esperar la invitación. Sin esperar la huida de la ilusión. Sin esperar que vengas. Sin esperar que acabes de irte. Sin esperar la intoxicación. Sin esperar el antídoto. Sin esperar el diagnóstico. Sin esperar la previsión. Sin esperar al porqué. Sin esperar al aire. Sin esperar a encontrarlo. Sin esperar al márgen. Sin esperar al sentido. Sin esperar a la certeza. Sin esperar a la organización. Sin esperar a la coherencia. Sin esperar a releer. Sin esperar la estética. Sin esperar la neutralidad. Sin esperar la falta de implicación. Sin esperar lo mismo. Sin esperar la compresnsión.
Un cielo del color del que lo pintes: Sujestión. Interpretación.Análisis. Catástrofe personal. Ojos de gato. Miradas de Luna.
La mecánica de la pelusa.

lunes, 7 de marzo de 2011

Show must go on

Empiezan a desaparecer, como cada noche. A partir de la hora clave, dejan reposar los párpados y desconectan del exterior. Yo me quedo. No hay facilidad. No hay experiencia. Como necia principiante, me quedo despierta, haciendo rodar hojas por mi cabeza. En el momento destinado a ser inesperado, apareces. Pretendí ignorar el sobresalto, y la aceleración del ritmo de mi reloj. Al final, las manecillas escribieron, y dejaron que los segundos y los minutos llegasen al orgasmo. Entretanto, explosiones incendiarias enardecían mis ideas. Justo, en el polo opuesto, la precaución permanecía agazapada, preparada para salir a escena en cualquier momento. Nos encontrábamos en momentos difíciles, en polémicos territorios, a horas intempestivas. Y lo único que se nos ocurrió, fue dedicarnos a jugar al pocker.
Apostaste el mar, y gané la playa. Empeñé mi Luna, y perdí las estrellas. Se oyó como saltó el seguro de una pistola. Como una exhalación, la precaución y la excitación saltaron a la vez sobre ella. Fue cuando los amantes se dieron una carrera mientras se vestían y hacían la cama; y en el mismo momento la pistola fue vaciada en cualquier dirección, sin ton ni son. Una de las balas atravesaron la camisa de Uno, y se desvaneció en las sábanas recién acomodadas sobre el colchón. Pero Una no se dio cuenta. Salió huyendo tan rápido como pudo, en cuanto escuchó la recámara. No era la primera vez que era espectadora de un tiroteo. Así fue que corrió y corrió, hasta llegar a ninguna parte. Una vez allí, se percató de que Uno se había quedado atrás. Cuando empezó a rehacer el camino, una manada de pilas gastadas la arrastró hasta el día siguiente.
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Pasó la Hora esperando a que su marido el Reloj volviese de la reunión de negocios que tenía, con el director del nuevo espectáculo que tenía pensado ofrecer en su burdel, con la colaboración de los segundos y los minutos. Aquello siempre evocaba en sórdidas demostraciones lascivas y desvergonzadas por parte de los actores.
EL día del estreno, entre acto y acto, fue cuando Una entrevió unos zapatos tras el telón, que descubrió como los de Uno "¡No está muerto!". Saltó de la silla, se encaramó a la tarima y se coló en el backstage. Allí estava él. Cuando se le acercó por la espalda, y lo abrazó, no obtuvo más respuesta, que una sacudida de hombros y una huida por el lateral del escenario, hacia la salida trasera.
Llegados a este punto, muchos dictaminaron sentencia a favor de la cobardía de Una al no salir detrás de Uno. Otros, un tanto peculiares, excusaron su conducta en la preservación de sí misma.  Nadie le preguntó a Una. En realidad, si alguien lo hubiese hecho, no hubiese sabido qué contestar.
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El espectáculo culminó con una orgía de dramaturgos y espectadores.
Y el final de esta historia solo son capaces de escribirlo las partículas evaporadas de tus recuerdos, al evocar ese momento en que dejaste los pies quietos.

Tic - shh

Son las 23:59 : Prepárate. Ata bien la máscara. Enmarca los ojos, y encájalos en los dos resquicios que te deja el cartón para ser medianamente consciente de aquello que se aventura ante ti.

Las 00 : Ya ha empezado. No hay marcha atrás. Las agujas reinician el principio del fin. Siguen girando. Hacia delante, hacia atrás. No importa. Lo único cierto, es la peculiaridad de la nueva visión que te ofrece la franja horaria calzada en calcetines de colores complementarios. La superposición de lo abstracto en una plantilla. Lo mismo, de manera diferente.

La 1 : Sigues en pie. Sigue todo. Llevas el nudo bien apretado. Algún mechón rebelde lo tapa, a medida que te mueves, y giras, y saltas, y chillas, y callas, y lloras, y ríes, ... cada vez que peinas el marco con las pestañas.

Las 2 : Cada vez entrecierras más las ventanas. Notas el aire más frío, y el desánimo te pide que te marches."Vuelve a casa". Le contestas que no, cuando te das la vuelta al oír un tintineo a tu espalda, y buscas aquello. "¡Oh!" es lo que aciertas a decir cuando descubres una idea bailando en medio de la plaza, a la música de la mezcla de la luz de la Luna y la farola.

Las 3 : Mientras te abstraes de cuanto te rodea, de las voces, de los brillos, es cuando acude a tu oído un susurro. Algo casi imperceptible. Apenas audible, aún estando en el más perfecto silencio. Pero te obstina la idea de haber encontrado una brisa jugando con tu tímpano. Un toque de color. Un hielo recorriendo tu espalda un 3 de Agosto.

Las 4 : Quienes te rodean, empiezan a atreverse a decir que te estás obsesionando. No haces otra cosa que exigir quietud, para poder encontrar el destello del sonido. Te agachas pegando la oreja al asfalto frío y sucio. No te importa ensuciarte. Te importa lo más mínimo las malas lenguas. El énfasis que ponen en cortarte el pelo, pintártelo de colores feos y ponerte bigote. Da lo mismo. "¡Ah!" Has percibido un nuevo zumbido.

Las 5 : Sin perder más tiempo, echas a correr tras la estela de deseo que deja en tu cabeza. Puede que el nudo esté excesivamente apretado. No importa. Debes alcanzarlo. De repente, llegas al final del rumor. Te das cuenta de que has ido con los ojos cerrados durante todo el trayecto, aún a riesgo de tropezar. No sabes dónde estás. Tampoco te importa en el primer instante en que requieres de la atención de tu pupila sobre el escenario y su público. Estás en una playa. Más concretamente, con el mar cubriéndote hasta la altura de la cintura. Hasta ese momento, cuando la fisionomía de tus ojos descubren el fenómeno, que notas la corriente arrastrándote y el golpe acompasado de las olas.

Las 6 : Estás en estado de shock. No sabes bien si retirarte y dejar que el oleaje te eche de menos, o quedarte allí para siempre, aún a riesgo de que la marea te engulla. Lo único que tienes claro, es que la Luna se irá en breves, y que le cederá su puesto al Sol, para que monte guardia, independientemente de tu decisión.

Las 7 : Por otra parte, sigues pensando que a la Luna le quedan unos minutos. Como te gustaría estar allí arriba. Descubrir todas sus caras, y poder ponerle nombre a todas y cada una de ellas, y jugar con ellas al escondite.

Las 8 : El satélite está afinando sus últimos segundos de dominio sobre el azul. Entonces, te das cuenta de que sigues en el mar. De que tienes los dedos de los pies arrugados, y no sabes si vas a ser capaz de volver a la orilla. Has estado mucho tiempo encandilado en la luz lunera, y elucubrando conspiraciones abstractas sobre los rayos del némesis de esta.

Las 9 : Ya está bien. Decides volver. Al principio, las piernas no responden. El nudo de la máscara, es cada vez menos tirante. Respiras hondo. Una, dos y tres. Una pierna detrás de otra, dándole la espalda al horizonte. Otra vez se repite. Cada vez las olas te ayudan más a avanzar; hasta que llega un momento, en que te dejas arrastrar, y son ellas las que te transportan hasta la orilla.

Las 10 : Te crees que aquella es la orilla que utilizaste como preámbulo para llegar al mar. Pues, cuando descubriste la inundación de tus piernas, ya habías sobrepasado aquel tramo con los ojos cerrados.

Las 11 : Sigues caminando por el nuevo terreno. Allí no encuentras ninguna fuerza que te empuje hacia ninguna dirección concreta. Así que sin saber donde ir, te dispones a dar vueltas y vueltas... y de repente, te paras. Miras fijamente en esa dirección, y te diriges hacia ella con paso firme. Si puedes seguir adelante, ¿Por qué no hacerlo?

Las 12 : Llegas al tope que te marca una puerta. Es de madera vieja, pintada de color granate venido a menos. Aún así, te invita a entrar. Dado que no tienes nada mejor que hacer, te aventuras y atraviesas el umbral. Una vez dentro de la habitación, te encuentras con las paredes desnudas, al igual que el suelo y el techo.
Llevas mucho tiempo con la máscara puesta. El nudo está a punto de darse por vencido. Coges la iniciativa, y con un sutil movimiento de muñeca, lo deshaces. Y en ese mismo instante, el cartón cae al suelo, y tus pestañas peinan, varias veces, hacia arriba y hacia abajo el aire que circula entre sus pétalos. La pupila se contrae al notar más luz reflejarse sobre ella.
Es de día, entra el Sol, aparece la ventana, la cama, la silla, el armario, la lámpara, la sábana que te apartas de la cara, y las zapatillas que esperan tus pies descalzos para empezar un nuevo día.
Despierta.

viernes, 4 de marzo de 2011

Estrellas

Una niña pequeña iba paseando por un parque grande y verde cogida de la mano de su abuelo, cuando en un momento dado pasaron por delante de un gran árbol que tapó el Sol. En aquel instante, la niña le preguntó a su abuelo:
- Abuelo, ¿Por qué cuando el Sol se va aparece la Luna?.- Al oír aquella inocente pregunta, al abuelo se le llenó la mirada de ternura y se le ocurrió hacer soñar a su nieta, y le dijo:
- Porque no los pueden ver juntos.
- ¿Y por qué?
- Porque no les dejan.- la niña sin entender volvió a preguntar:
- ¿Y por qué?.- al anciano se le encendió la chispa de la picardía:
- Por una cosa que pasó hace mucho tiempo.
- ¡cuéntamelo!
- Está bien.
Hace mucho tiempo, existía un pequeño pueblo escondido entre montañas situado en medio de una colina. La cual servía de humilde pedestal a un gran castillo que coronaba su cima. En aquel pueblo los niños podían correr, jugar, saltar, cantar, chillar...en definitiva, podían ser todo lo felices que quisiesen; ya que era de ellos de los que dependía que cada día apareciese en el cielo una nueva estrella. Dado que cada vez que un niño era verdaderamente feliz, en una gran habitación con enormes ventanales, situada en el gran castillo, aparecía una nueva estrella en un cesto de mimbre. Aquella habitación era tan grande, porque todos los padres de los niños del pueblo trabajaban allí ayudando a la Luna a colocar todas las estrellas en el cielo cada noche. Más tarde, por la mañana, el Sol era el encargado de cerciorarse de que las estrellas dormían para poder relucir por la noche.
Lo que tenían de especial aquellas estrellas, es que todas habían nacido de la felicidad de un niño. Por ello, cada una guardaba un deseo, que se cumplía si el niño, al crecer, podía conservar ese sueño que tuvo una vez.
Bien, la historia de amor prohibido del Sol y la Luna surge de una mágica tarde de otoño en la que tuvo lugar el primer encuentro del Sol y la Luna. En aquel instante se fundieron en un solo cuerpo. Fue precioso. Muchos los definieron como un beso de luz y sombras. Limón y azúcar. Algo perfectamente incoherente. Y justo en esos momentos llegó al mundo un niño de pelo castaño y ojos color miel. Nada más salir del vientre de su madre, no hizo otra cosa que mirar por la ventana. Fue la primera vez que vio aquel baile de astros. En aquel momento, apareció la más brillante de las estrellas en aquel viejo cesto de mimbre.
Pasaron los años. Y aquel niño creció sano y feliz en su pueblecito. De él provenían las estrellas más nítidas y brillantes que se hubiesen visto, hasta que llegó el día en el que decidió partir a la ciudad a buscar nuevas sensaciones que vivir y a probar a los bloques de cemento que se le antojaban a todo el mundo, menos a él, objetos fríos y carentes de cualquier tipo de sentimiento.
Las primeras semanas se encontraba lleno de asombro y curiosidad ante tanta gente y tantas cosas desconocidas para él. Allí no encontró ni sus verdes praderas, ni el lecho de aquel rio en el que tantas veces había nadado rodeado de renacuajos. En su lugar se le aparecieron bloques de cemento de colores tristes y gente con ropas apagadas que aprecian suplicarle ayuda. Él había llegado dispuesto a ayudarles.
Le fue todo bien hasta que llegó el momento en el que aquellas personas le dejaron claro que estaban a gusto con sus frustraciones. Que no tenían tiempo para ser verdaderamente felices. Muy triste y decepcionado, se fue a la habitación que había conseguido alquilar en un edificio bastante antiguo en las afueras de la ciudad. En aquel pequeño lugar había conseguido llenar el ambiente de alegría y optimismo empapelando las paredes con grandes dibujos e ideas locas. Pero al entrar por la puerta y recorrer la habitación, no percibió absolutamente nada. Poco a poco, le empezó a rondar por la cabeza que todo aquello en lo que creía no eran más que ideas de fantasía. Ideas en las que solo estaría dispuesto a creer y luchar por ellas un necio loco y ávido de la necesidad de creerse sus propias alucinaciones. Aquellas ideas le rondaron durante toda la noche. Al día siguiente no apareció ninguna estrella en el cesto. Y fue así durante 4 largos meses.
En todo aquel tiempo se dedicó a aprender a comportarse como la gente que le rodeaban. Al final acabó empapelando las paredes de su habitación con un papel apagado y aburrido. Dejó de lado su ropa de vivos y alegres colores, para suplantarla por aquella que llevaba su vecino, y el vecino del vecino. Se estaba apagando poco a poco.
Un día de tantos, se le planteó la necesidad de ir a la ciudad vecina a hacer unos recados. Tuvo que coger un carro para viajar, dado que la distancia era considerable y que había que cruzar medio bosque.
El viaje fue bien hasta el momento en el que un obstáculo inesperado apareció en el camino y destrozó una de las ruedas del carruaje. A partir de entonces, decidió ir a pie. Pasaba casi una hora desde el momento en que se puso en marcha. Entonces divisó un gran árbol bajo el cual decidió descansar. A los pocos minutos de recostarse sobre la corteza de este, noto como algo se movía por las ramas. Se incorporó y divisó una tela de color escarlata moverse ágilmente entre las hojas. Al momento, una figura dio un salto desde las alturas y aterrizó en cuclillas a su lado. Al incorporarse se dio cuenta de que se trataba de una joven de revuelto pelo castaño y ojos de color del chocolate. Tenía una cara divertida y una nariz curiosa. Le inspiró algo que en aquel momento no fue capaz de describir. Desde aquella idílica estampa nació una amistad, aparentemente. A partir de aquel furtivo encuentro, él hizo porque sucedieran de manera más repetitiva. Empezó a redescubrir aquel sentimiento de libertad cada vez que olía la hierba fresca y oía el chasquido que producían algunas ramas cuando el viento soplaba con fuerza. Y sonreía como si no hubiese mañana al descubrir aquella tela escarlata que cubría el cuerpo de ella. Poco a poco empezó a ponerle nombre a aquello que ella le hacía sentir. El único inconveniente que le encontró al principio a aquel sentimiento, fue la vergüenza y el rubor que sentía al mínimamente atreverse a pensarlo.
Un día de tantos en los que se encontraban los dos bajo el gran árbol, acabaron mirándose fijamente a los ojos. Él vio en los de ella una tarde lluviosa en casa con la tímida luz de una hoguera. Sencillez y amor. Ella vio en los de él una Luna perfectamente pintada en el cielo y un baile de estrellas. Fascinación y fantasía. Al darse cuenta de lo que ocurría, no tardó en suceder que los labios de uno se confundieron con los del otro. Todo aquello bajo la atenta y discreta mirada de un Sol que se aventuraba entre las ramas del gran árbol.
Al día siguiente de aquel romántico encuentro, una tímida estrella relució en un cesto viejo.
Pasó el tiempo desgarradoramente lento para la gente normal. Maravillosamente celoso para los dos enamorados. Él no podía dejar de creerse su propia suerte.
Llegó el día de uno de tantos encuentros. Pero aquel en concreto ella había decidido dedicarle un poema a su enamorado. Al no estar segura de hacerlo, llegó antes de lo acordado a su punto de encuentro. Se encaramó a lo más alto de la copa del árbol, y probó recitarle su poema al Sol. Él, por su parte, también decidió sorprenderla con un gran ramo de flores. Su idea consistía en encaramarse al árbol testigo de su amor, y aparecer desde las alturas con flores para ella. Para hacerlo, decidió adelantarse unos minutos a la cita. Al llegar al punto de encuentro concertado, se dispuso a trepar. Cuando llegó a la mitad, descubrió aquella falda escarlata en lo alto recitándole palabras de amor al Sol. Aquellas palabras que creía suyas, ella las estaba gastando con otro. En aquel instante no supo como reaccionar. Los celos pudieron con él. Y sin prestar atención a sus pensamientos, deseó la misma suerte que la suya al Sol. Él tampoco podría disfrutar del amor que, según él, le acababan de arrebatar.
Aquella fue la última vez en que él fue a buscarla a ella y a sus ojos de chocolate. Ella no volvió a salir de día. Se fue a la ciudad, y dejó que esta se la comiese. Y desde entonces, el Sol y la Luna no coinciden en el cielo.
La niña se quedó mirando a su abuelo con ojos tristes. Al darse cuenta de ello el anciano le hizo un guiño a su nieta y le susurró una confesión con cara divertida:
- Pero... - la pequeña abrió mucho los ojos- cada ciertos años, el Sol y la Luna consiguen coincidir en el cielo. Siempre y cuando la estrella del deseo de él esté lejos.- concluyó el abuelo con un guiño de ojos a su nieta.
Pasaron muchos años hasta que llegó el día señalado. Aquel día, una anciana cogió su bastón y se dedicó a caminar hasta dar con un verde bosque. Al encontrarlo se adentró poco a poco en el. A los minutos se sentó bajo un majestuoso árbol de grandes y verdes hojas entre las cuales un coqueto Sol jugaba a esconderse y aparecer entre las ramas. Momentos más tarde, una sombra enorme se hizo con todo el paraje. En aquel instante lágrimas nublaron los ojos de la anciana. Aquella trágica estrella debía estar lejos. El Sol y la Luna acababan de besarse.