Estando en una calle llenísima de escaleras, entre el humo de un cigarro, a la luz de un par de farolas amarillas, me he topado con una pelusa escurriéndose entre el viento. Tal vez este, en un ataque de egoísmo, una fiebre de aventuras o un momento de inconsciencia, la arrancó de cual fuese su lugar. Entonces, ella no puedo más que dejarse llevar a donde su nuevo compañero quisiese ¿Quién supo, sabe o sabrá cuál fue, es o será la razón que lo haya llevado a hacerlo esta tarde o si lo volverá a hacer?
De yo ser una pelusa, lo único que estaría pensando, sería que un viento inesperado y decidido se acercase a mi y no me prometiese nada más que ir hacia cualquier lugar sin rumbo aparente.
Tal vez mi fugaz encuentro con esta, ha sido algo mucho más emocionante que pasarme horas mirando a través de un cristal sucio, que tan solo da a la calle del desengaño, la desidia y el trascurso ocioso de las horas. Definitivamente se ha convertido en una compañera. Sí, una simple pelusa blanca de la cual desconozco el paradero. Puede haberse topado de bruces con el suelo, o el moño inundado en laca de una señora. De todas formas, quiero que cada partícula de mi cuerpo se convierta en polvo y trocitos de tela minúsculos, que se embrollen , y poder confesarle al viento las ganas locas que tengo de que haga conmigo lo que le plazca.
Este es un mundo lleno de posibilidades, o eso dicen.
Atentamente, la estúpida licenciada en la absurda y maravillosa mecánica de la pelusa.
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