viernes, 11 de noviembre de 2011

Intenta no respirar.

Ella vivía en un mundo en que el tráfico y el tiempo carecían de significado. Donde las gotas de lluvia se deslizaban por los crsitales de las ventanas y la punta de la nariz, como si de un espectáculo divino se tratase. El esmalte de uñas quedaba impreso , descuartizado sobre sus dedos, como única prueba del trascurso de los días.
Hubo un tiempo, por extraño que resultase, que la luna marcaba el inicio de sus sueños despierta. Y el sol del mediodía, cuando impactaba en sus pupilas, era el que la advertía ded que no faltaba demasiado para el nuevo espejismo de las esrellas sobre su cabeza. En aquel momento, la impaciencia se convertía en algo tan suculento como el viento soplándole en la nuca, en un atardecer naranja, rosa y únicamente suyo.
Todo aquello empezó a desaparecer poco a poco. El murmullo del mar lejano en las horas bajas, era el único capaz de susurrarle algo realmente delicioso. En esos instantes, sentía su propio peso sobre los pies puestos en el suelo.  Era el instante en que entre sus manos y pestañas corría una brisa áspera y dulce al mismo tiempo. Los segundos en que  deseaba poder volar. Cuando se atrevía a soñar con irse lejos. Muy lejos. Más allá. Sin tráfico supérfluo, ni esmaltes, ni horas, ni calendarios. Tan solo el humo de la bruma al amanecer. Tan solo con el rastro de la luna. Tan solo con la idea fantástica de qye no existía nada más que perder, ni que ignorar ni desmentir. Tan solo con la idea de que la historia continuaría con el sol del mediodía. Con la sucesión de la próxima luna y la brisa entre los dedos y la nuca.
Alguien, en algún momento, soltó sin esperarlo, la idea de que todo cuanto pase se lo llevará la tomernta y el tiempo.
Una luna amarilla y redonda, seguida de un amanecer húmedo, hizo que ella, nada más abrir los ojos, supiese desde hacía tiempo que aquel sería su primer día en el mundo.

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