Eempiezo a oir un leve rumor, que dice venir de muy lejos. En un momento dado parece que esté a punto de alcanzarme. Pero sin más explicación, retrocede y lo pierdo. El prácticamente inaudible crujir de los recuerdos intenta resonar en los tímpanos, en la cabeza, en las manos sudorosas y los pies fríos. El reto consiste en anticiparse al invierno. En tener listos los guantes antes de tener las manos cortadas.
Debería barrer de nuevo cada rincón y reencontrar aquello que di por perdido. Tal vez sea aquello que da miedo, pero que al fin y al cabo, te hace más fuerte. Como sobrellevar el paso de las horas y los días, sin tener la sensación de volver a estar en esas habitaciones frías donde me vi encerrade sin llave ni carcelero. A pesar de haber recorrido cada esquina y resquicio donde cualquier nimiedad se me podría pasar por alto, parece ser que no fuy lo suficientemente exaustiva y observadora. Un pequeña pelusa habita un rincón oscuro. En esta habitación no hay ni un solo mueble que distraiga la vista de la más sincera Nada. Pero aún así, ahí está. La incansable mecánica de la pelusa haciendo su trabajo en contra de los bucles incesables de los tic-tac, de las luces en las calles, de los papeles deshechados, de las noches ambiguas y las lunes lejanas. De las miles de historias que se escribieron culpándola de martirios nocturnos y días pesados. Del frío más embriagador y la soledad más punzante.
Pero ahora es algo más que personal. La mecánica de la pelusa fue el nombre que le di a todo un cúmulo de penurias y pensamientos retorcidos. De recuerdos que deseaban ser olvidados y años de represión. Pero como he dicho, eso es cosa mía. No dejaré que nada se interponga entre nuestro baile de cuchillos y signos de exclamación.
Esta guerra, es mía.
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