De nuevo, enciendo un cigarro. Parece que este tipo de situaciones se conocen como el momento en que decides hacer una pausa de unas cuantas caladas para evadirte, hasta que se consuma. He hecho la prueba, creo que demasiadas veces. No puedo decir que haya encontrado la solución para dejar de escuchar mis propios argumentos, intentando convencerme de que esa sea la manera correcta de encerrar todo aquello que provoca huracanes y tormentas. Todo lo que da pie a encerrarse en el sótano o meterse en la bañera dejando pasar las horas esperando a que los fuertes vientos amainen, salir a la calle de nuevo y volver a empezar de zero. No quiero decir nada de eso, en absoluto.
Tengo la vaga sensación de, en aquel primer párrafo lejano, haber perdido mi punto de referencia y la línea de meta. Esta vez no sé si quedará más claro lo que quiero, no puedo, pero intento, llegar a decir. Intentaré ser concisa, escueta, directa, literal y objetiva. Moderada, correctra, reflexiva, intensa y madura.
Bien, ahora, igual que suelen decir, a la tercera va la vencida. Solo venía a decir que en mi habitación hay una cama, un armario, una mesa y un par de estanterías. Mucho desorden, ruido cuando irrumpo con gritos e historias y cojines por el suelo. Humo viciado a pesar de tener la ventana abierta 24 horas, colores rallados y lejos de escalas cromáticas complejas.
Cuarto párrafo. Sigo sin decir nada. Esta historia no tiene tema, no tiene argumento, no tiene sustento ni personajes más allá de una piedra de mechero gastada.
Espero que ustedes hallán quedado al menos desconcertados, dado que la satisfacción en estos momentos es algo que se me escapa. No habrá próxima vez, no volveremos a vernos. Ésta dicen que no soy yo.